Mi sujeto desapareció, dejó sin sentido mi frase. Me puse a buscarlo por todas partes, leí decenas de libros, con miles de sujetos, pero ninguno de aquellos era el mío. Lo busqué por la calle, llamándolo a gritos, algunos (otros sujetos) me miraban como si estuviera loco, no apareció. Al fin, cuando iba a abandonar la búsqueda, lo encontré, ahí escondido, en el centro mismo (donde pasaba inadvertido) de un enorme diccionario, pero cuando me dispuse a colocarlo en mi frase, vi que el verbo, aprovechando que no le prestaba atención, había desaparecido.
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